martes, 5 de diciembre de 2017

Descanso

Cuando en las calurosas tardes del mes de julio el sol aprieta, no hay nada mejor que una sombra donde sentarse y un botijo con agua fresca para saciar la sed.

Ya es difícil encontrar botijos en donde beber. Han sido sustituidos por botellas de plástico, super higiénicas, llenas agua de cualquier manantial de nuestra península.

Recuerdo haber ido de pequeño a lomos de una burra a por agua al pozo, en él se llenaban las vasijas de barro que luego abastecerían de agua al molino el resto de la semana. Era un auténtico jolgorio para nosotros, niños aún, recorrer los dos o tres kilómetros a horcajadas sobre los burros para colmar las cántaras. Trabajo duro para los mayores, que tenían que sacar el agua del pozo tirando ellos mismos de la soga para izar el cubo.

 Aquellas aguas estaban limpias, filtradas por la tierra. Algunas eran dulces, otras no tanto, pero casi todas calizas. Por aquel entonces los campos no estaban contaminados por químicos, pues los pesticidas y herbicidas se manejaban poco. No se utilizaban los motores de gasoil para extraer el agua y nadie tiraba los envases de los líquidos una vez terminado el tratamiento al fondo del pozo, contaminando irremediablemente el acuífero.

Pero bueno eran otros tiempos y otras formas de hacer las cosas. No digo yo mejores o peores, pero sí diferentes, eso sí, sigo opinando que el agua que más refresca y más sacia es la que bebemos del chorro de un buen botijo.



Pastel sobre papel Canson 40 x 60

                                                                                             
                                                                                    Écija, 5 de diciembre de 2017


                                                                                                              Pablo Reina

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