Los trigales, aun verdosos, se mecen, como si de un mar de hierba se tratara, al ritmo que marca el viento. La luz cálida del atardecer proyecta la sombra de los eucaliptos sobre el trigo, algunas notas de color salpican la monótona paleta del trigal. Pronto el astro rey caerá implacable sobre los campos y ese mar se secara, dando paso a un triste rastrojo donde todo quedará de nuevo a la vista.
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