Sus aguas turbias engañan. Parecen sucias, su color achocolatado cuando llueve, recuerda a un café con leche enorme. A su paso por Écija, el Genil, que en verano se pasea tranquilo, desata su furia cuando llueve y se desborda por sus márgenes inundando de lodo todo a su paso. Las personas que viven en sus orillas lo quieren pero también lo temen y lo miran preocupado cuando las lluvias persisten. Aun así su nombre evoca vida, sus orillas pobladas de viejos árboles sirven de refugio a numerosos pájaros y sus aguas hacen ricas las tierras que bañan.
Écija, diez de diciembre de 2011
Pablo Reina
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