Cada
primavera, como muchas de nuestras queridas aves, el abejaruco cruza el
estrecho para inundar nuestros campos de sus típicos coros y llenarlos, más si
es posible, con sus vivos colores. Realizan un largo viaje desde África
tropical, para arribar a nuestras costas sobre marzo o abril, donde anidaran en
cualquier talud arenoso que encuentren.
Con la
carraca o carlanco, como se les denomina por mi tierra, es uno de los pájaros más
vistoso. Sus colonias son ruidosas y llenas de bullicios, parece que sus
animados colores también alegran sus vidas. El incesante ir y venir a las bocas
de sus largos túneles con el insecto que hábilmente ha cazado en su pico hace
muy divertido visitar una de esas colonias.
Pero, como
todo ser vivo tiene sus detractores. Para lo que a la mayoría es un espectáculo
de color y sonido contemplarlos, para unos pocos es una autentica plaga. Me
refiero a los apicultores. Y no quiero que esto pueda parecer un ataque hacia
este gremio, ni mucho menos. Durante cientos e incluso miles de años han
convivido en buena relación, Aunque siempre hay algún desalmado que haya
destrozado una colonia, no es lo habitual. Es cierto que un asentamiento de
abejaruco cerca de una colmena causa daño, pero es un daño con el que todo
apicultor responsable debe contar, pero cuando a las colmenas se les unen otros
factores, como pesticidas, plagas, hongos o cualquier otro factor externo que
diezman a las abejas, el chivo expiatorio suele ser el abejaruco, y se pueden
ver colonias enteras cerradas las bocas de sus túneles con botellines de
cerveza, y muy posiblemente con los pollos y adultos dentro de ellos. Una
autentica salvajada.
Pero los
abejarucos no solo consumen abejas, cazan cualquier tipo de insectos que puedan
atrapar en vuelo, como avispas, libélulas, mariposa, mocas.... y un largo etc.
de estos pequeños animales.
Por tanto
sigamos disfrutando de estas maravillosas aves que nos alegran la vista todos
los tórridos veranos de nuestras tierras.
Acuarela |
La hembra
espera parada en su rama favorita cerca del nido, se atusa las plumas con su
largo pico, descuidada, coqueta. El macho vuela cantando por los alrededores,
cada vez que caza un insecto se lo ofrece delicadamente a ella y rápidamente
vuelve a su sus quehaceres. Con este gesto no hace otra cosa que demostrar a su
pareja que va a ser un buen padre, nada más y nada menos.
Écija, 27 de octubre de 2015
Pablo Reina
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